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El arquitecto holandés logra, con el Premio Pritzker, el reconocimiento a una nueva manera de entender la arquitectura.
Después de anunciar el fallo del jurado, su presidente Thomas J. Pritzker, afirmó ayer que “parecía muy adecuado, ahora que comenzamos un nuevo milenio, que el jurado escogiese un arquitecto que está en tan buena sintonía con el futuro”. Ese era Rem Koolhaas, un holandés de 56 años, con una formación atípica que, ante el estupor de escépticos y detractores, ha conseguido el equivalente al Premio Nobel de arquitectura, que antes lograron arquitectos como Frank Gehry, Norman Foster, o el español Rafael Moneo. La ceremonia de entrega se celebrará el 29 de mayo en Jerusalén, un escenario que no puede ser más milenarista.
Quizás sea Koolhaas el primer sorprendido por la decisión del jurado, que hasta ahora había preferido a quienes estaban en buena sintonía, no con el tiempo, en cualquiera de sus versiones -pasado, presente o futuro-, sino con el establishment. En esta ocasión, el jurado del premio que otorga anualmente la Fundación Hyatt a un arquitecto vivo, ha reconocido que Rem Koolhaas “es una rara combinación de visionario y trabajador, de filósofo y pragmático, de teórico y profeta, un arquitecto, cuyas ideas sobre los edificios y las ciudades lo convierten en uno de los más discutidos en el mundo, incluso antes de que sus obras se realicen”. En la cita del jurado también aparecen adjetivos como estridente, provocador, polémico, que son los que han acompañado rutinariamente la obra del arquitecto de Rotterdam.

Desde que abrió su estudio en Rotterdam en 1980, la influencia del holandés ha llegado a las escuelas de arquitectura a modo de inundación. A pesar de las reticencias de muchos críticos, para los estudiantes, y para todos los que han oteado el panorama durante los últimos veinte años , Rem Koolhaas es la presencia más rotunda frente a la herencia del Movimiento Moderno. Su obra, que se compone, no solo de proyectos, sino también de textos, ofrece nuevas soluciones a los mismos problemas de siempre: la función, la forma, el planeamiento de las ciudades... Pero el enfoque no está empañado por prejuicios academicistas. El suelo puede convertirse en techo y la pared en suelo. El espacio es continuo y fluye. El paseo arquitectónico, que proponía Le Corbusier, llega a su apoteosis en los edificios de Koolhaas, como si fueran la feliz materialización del esprit nouveau que propugnaba el maestro.
Desde su primera obra, el Teatro Nacional de la Danza en La Haya , hasta la Casa en Burdeos, sus proyectos han abordado todas las escalas posibles, desde la doméstica hasta la urbana. En la actualidad trabaja sobre varios proyectos en Estados Unidos, un país en el que vivió en su juventud y con el que se siente muy identificado.

Entre sus escritos, Delirious New York es su primer alegato a favor de la ciudad contemporánea. Su última obra S,M,L,XL, –se le conoce como “la bliblia”– es un volumen de 1.346 páginas que refleja su visión del mundo y de la arquitectura, cuyo futuro, según él mismo dice, no es arquitectónico.

Un europeo muy americano
Nacido en Rotterdam en 1944, Koolhaas fue periodista y cineasta antes de estudiar arquitectura en la Architectural Association School de Londres. Allí conoce a su compañera Madelon Vriesendorp y a Elia y Zoe Zenghelis, con los que forma OMA (Office for Metropolitan Architecture) en 1975. Trabajó en Nueva York hasta 1980 y le dedicó su libro Delirious New York (1978), donde expresa su fascinación por la ciudad americana. Abre estudio en Rotterdam en 1980 y comienza a participar como invitado en numerosos concursos.

Aurora Fernández Per. Publicado en El Correo - 18/04/2000