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Como ocurre con los edificios, en el caso de Peter Zumthor conviene hacerse una idea del lugar antes de abordar al personaje. El lugar se compone de valles y montañas en donde los vehículos y las vacas se disputan aún las estrechas carreteras. Haldenstein es un pequeño pueblo situado en el cantón suizo de los Grisones a diez minutos de la capital, Chur. Después de trabajar durante once años como conservador de monumentos, Peter Zumthor decidió que aquel era un buen sitio para abrir su propio estudio y lo hizo en un recodo, al final de una calleja.

Empezó a trabajar en Haldenstein en 1979. Tenía entonces 35 años. Los proyectos vinieron lentamente. No eran más que pequeñas intervenciones, de esas que suelen pasar desapercibidas. Zumthor se dedicó a cada una de ellas con la misma concentración con la que construyó -siendo aprendiz de ebanista- su primer armario: trabajándolo con cuidado, puliéndolo pacientemente, encolándolo con precisión en todas sus juntas y consiguiendo que las puertas cerraran con una suave resistencia, dejando escapar el sonido del aire.
Aquellas primeras obras eran las de un desconocido pero no las de un principiante. No seguían la moda, no tenían referencias históricas, no se parecían a nada y sin embargo evocaban sensaciones que cualquiera podía reconocer: la sobriedad de las construcciones rurales, el misterio de los lugares inaccesibles, la paz en el fondo de un valle... Lo conseguía con materiales sencillos, madera, chapa, cristal, piedra. Los espacios no eran complejos, por el contrario las más de las veces, eran casi únicos. Sin embargo, algo surgía de aquellos edificios que iba más allá de la perfecta ejecución de los detalles, y de la utilización de los materiales.
Cuando se produce el cambio de escala, cuando los encargos importantes empiezan a llegar, aproximadamente unos diez años después de instalarse en Haldenstein, el pulso de Zumthor no se altera. Sabe que el ritmo de trabajo tiene una única medida de tiempo: la calidad del edificio construido, y acepta el interés que despierta su obra con una actitud que podría parecer displicente, incluso huraña. A Zumthor parece no interesarle lo que transcurre fuera de su estudio. Se jacta de no leer revistas y de desconocer las obras de sus colegas. No hace caso de las teorías arquitectónicas. No cree en los símbolos ni en los estilos. Observa una actitud crítica frente al entorno de las de sálvese quien pueda y no es de extrañar que la mayoría de los edificios, en la historia de la arquitectura no haya sobrevivido a su particular examen.
Entonces, ¿en qué piensa Peter Zumthor cuando diseña? ¿Pretende crear la arquitectura a partir de cero? ¿Es que hay algún arquitecto que consiga escapar a las influencias, que seamos incapaces de etiquetar? Ha habido intentos de ponerle al frente de una nueva tradición suiza, una especie de nuevo regionalismo crítico, que Zumthor se ha encargado de hacer añicos al construir su Museo de Bregenz. Otros, desde el punto de vista constructivo, le asociaron con los maestros de la madera. Hasta que hizo las termas de Vals solo con piedra y agua. Y siempre hay algún formalista que tira de él hacia el minimalismo. Su postura es muy incómoda para los críticos: una figura solitaria en medio de un paisaje de convenciones, sin maestros ni discípulos, una especie de francotirador con un punto de arrogancia, que puede confundirse con chulería a poco que se malinterprete al personaje.

Pero volvamos al lugar, que es lo que suele hacer Zumthor cuando se enfrenta a un nuevo proyecto. El proceso de diseño empieza siempre por el lugar y por la intuición sobre el lugar. «Para mi -ha escrito- la presencia de algunos edificios tiene algo secreto. No les prestamos una atención especial y sin embargo es imposible imaginar el lugar sin ellos. Estos edificios parecen estar anclados firmemente en el suelo. Dan la impresión de ser parte imprescindible del entorno y parecen estar diciendo `Soy tal como me ves y pertenezco al lugar.' Tengo un deseo apasionado por diseñar este tipo de edificios, edificios que con el tiempo crezcan naturalmente hasta llegar a ser parte de la forma y de la historia del lugar».

Seguir al margen
Pero el lugar es también una continua vuelta a la memoria, a las imágenes que guardamos de otros lugares y que acuden sin poderlo evitar, invadiendo el nuevo lugar. Zumthor no puede diseñar, sin los recuerdos de otros lugares y cree que los edificios son más valiosos en cuanto que son capaces de transmitir una tensión que les liga al sitio y al mismo tiempo los une a otros edificios y a otros paisajes. Los edificios son, dice, contenedores de la vida, sensibles al ritmo de las pisadas en el suelo, a la concentración en el trabajo y al silencio del sueño. La arquitectura, afirma, carece de sentido si no se construye.

Ahora, convertido en un arquitecto famoso y con invitaciones para impartir cursos y conferencias por todo el mundo, Peter Zumthor pretende seguir al margen de los debates y las teorías. Se resiste a hablar sobre su obra porque cree que los edificios no son para explicarlos sino para visitarlos, o mejor aún, para vivirlos. Y prefiere hablar de las imágenes, de las que guarda en su memoria y de las que va añadiendo con cada edificio, de imágenes que convertirá en sensaciones en otros edificios en los que espero que nos signamos reconociendo.

Aurora Fernández Per. Publicado en El Correo - 16/09/1998