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Julio Cano Lasso retorna al paraíso

May 14, 2008

En sus últimos años, a Julio Cano (Madrid, 1920) le embargaba la idea de un retorno al paraíso, a una armonía utópica que diera sentido al desarrollo y al progreso. Sabía que su deseo era inalcanzable; no obstante, había tomado ese camino y pensaba que todos los pasos en ese sentido estaban bien dados. En realidad, él siempre había avanzado en una misma dirección, de la que no consiguieron apartarle ni las críticas de los compañeros ni las presiones de los clientes.

En los años de posguerra, al contrario que sus compañeros de generación, no se dejó llevar por la fiebre del Movimiento Moderno, descubierto en España con casi treinta años de retraso, ni fue fiel a la arquitectura imperial de la época. Le interesó el racionalismo, pero no olvidó nunca la tradición, entendida como los valores intemporales de toda buena arquitectura que se trasmite de una época a otra. Se resistió al seguimiento de las modas, frente a las que permanecía impasible; no así a las nuevas ideas, a las que era permeable, hasta el punto de que muchos definieron su arquitectura como ecléctica, cuando el eclecticismo, que luego se ha valorado por su capacidad para integrar diversos estilos, era un término que los abanderados del racionalismo consideraban peyorativo.

Su preferencia por los materiales naturales, como el ladrillo y la piedra, unida a la intención de mezclar lo culto y lo popular, la idea y la emoción, daban como resultado unas obras de difícil catalogación. No eran del todo racionalistas, aunque sus plantas sí lo eran; no eran tampoco organicistas, aunque recordaban a los maestros holandeses; no eran historicistas, si bien había en ellas vestigios espirituales del pasado... Acababan siendo, en fin, las obras de Cano Lasso que, más que construirse, se posaban en el lugar, acompañando al paisaje, como si siempre hubiesen estado allí.

Su carácter, más proclive al silencio que al escaparate, le colocó en un situación alejada de los foros de debate, que él aprovechó, acompañado en los últimos años por sus hijos, para seguir participando en el panorama arquitectónico a través de un gran número de proyectos. En este sentido, parece que siguió el consejo de Adolf Loos: «El que tenga algo que decir, que de un paso al frente... y calle».

A juicio de Cano, el mayor mérito de su carrera ha sido precisamente ese: no haber dejado de proyectar ni siquiera cuando no tenía encargos. A lo largo de su vida se presentó a más de un centenar de concursos, porque le parecía la mejor forma de estar presente y el modo más elegante de buscar trabajo. Su constancia le llevó a concursar incluso durante un periodo de quince años seguidos en los que no obtuvo ningún galardón. Sin embargo, al final de su carrera, los premios fueron muy frecuentes, algunos tan significativos como el del Pabellón de España en la Expo de Sevilla, que acabó convertido en un mal episodio. Cano no se reconocía autor de la obra, debido a las presiones que hubo de soportar durante su construcción, que abandonó para no apartarse de lo que él consideraba coherente.

Al contrario de lo que sucede en el presente, que se programan exposiciones antológicas para arquitectos que apenas han cumplido diez años de profesión, de Julio Cano, al igual que Oíza y otros maestros de su generación, no se hizo una exposición sobre su obra hasta el año 95, cuando el actual Ministerio de Fomento organizó la muestra que ahora itinera por Italia. La desgraciada coincidencia entre su muerte y el curso de la exposición proporciona una oportunidad para analizar con más detenimiento la obra y situarla en un primer plano al que Cano nunca sé asomó. Su modestia, la misma con la que afirmaba que no se puede inventar una arquitectura todos los lunes, le hubiera impedido instalarse en el centro de las miradas.

Su objetivo no era la notoriedad, ni tan siquiera la gloria, sino, según sus propias palabras, seguir una trayectoria coherente y fiel a su pensamiento, aunque el viento soplase en contra, a veces con enorme violencia, y poder decir al final: «he combatido bien mi combate, he corrido mi carrera, he guardado la fe».

Diálogo con el entorno
Desde las primeras viviendas unifamiliares hasta los proyectos de mayor escala, Cano Lasso ha venido manteniendo un diálogo con el entorno que ha durado casi cincuenta años. El lugar, fuese naturaleza o tejido urbano, ha sido en su obra la primera referencia. De su esfuerzo por incorporarse a un espacio preexistente y hacerlo de la manera más armoniosa, sin provocar distorsiones y al mismo tiempo sin dejarse llevar por los mimetismos, han surgido obras como las viviendas de la calle Basílica (Madrid, 196674) o el Pabellón de España en la Expo (Sevilla 1989-1992).

La viviendas de la calle Basílica fueron un ejemplo de cómo construir ciudad dentro de la ciudad que sorprendió a todos los que, hasta entonces -primeros setenta-, habían calificado la obra de Cano de tono menor. La admiración mostrada, primero desde Barcelona y luego por algunos profesores de la Escuela de Madrid, obligó a reconsiderar su trayectoria y a valorar una postura que no por mantenerse alejada del ámbito académico había abandonado el debate arquitectónico. En sus proyectos para la Central de Comunicaciones de Buitrago y la Telefónica de Madrid-Concepción - llevó hasta sus últimas consecuencias la utilización de uno de sus materiales más queridos, el ladrillo, presente en la tradición histórica y capaz de adaptarse siempre, en los proyectos de Cano, a nuevos requerimientos. Haciendo uso de este mismo material ideó los centros de formación profesionales, uno de cuyos mejores ejemplos construyó en Vitoria (1976), en colaboración con Alberto Campo Baeza.

En los últimos años, ya acompañado de sus cuatro hijos arquitectos, Cano ha construido sus obras de mayor volumen, como el Auditorio de Santiago de Compostela, ganado en concurso, y el Pabellón de España en Sevilla, también fruto de un concurso. En 1991 obtuvo la Medalla de Oro de la Arquitectura, que otorga el Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España y era miembro de la Academia de Bellas Artes de San Fernando.

Aurora Fernández Per. Publicado en El Correo - 09/01/1998



 




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