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Ildefons Cerdá: 'Todo es movimiento'

May 14, 2008

Imposible imaginar un facultativo que no tiemble al trazar las primeras líneas del plano de una ciudad, cuando debe saber que esas líneas deciden el porvenir moral y material de un sinnúmero de familias. Así pensaba Ildefons Cerdá del oficio que él descubrió, casi por azar, y al que dedicaría su vida. Tercer hijo de una familia de ascendencia rural con vinculaciones mercantiles, estudió en Madrid la carrera de Ingeniero de Caminos y regresó a Cataluña para trabajar en el trazado de carreteras y canalizaciones.

En aquella época, primera mitad del siglo XIX, Barcelona era un plaza militar amurallada sin posibilidad de expansión. La población crecía al ritmo de la pujante industria y se hacinaba en insalubres viviendas con una densidad de 3,7 personas por habitación. La mayoría de las calles no superaban los tres metros de anchura y la mortalidad era muy elevada. Mientras que en ciudades como Madrid o París la densidad era de 300 habitantes por hectárea, en Barcelona se alcanzaban los 900. La presión social, en la que el propio Cerdá tuvo un destacado papel, y el cambio de gobierno en Madrid propiciaron el derribo de las murallas en 1854. Para entonces, Ildefons Cerdá, debido a la herencia familiar, había conseguido una sólida posición económica y abandonó su puesto de ingeniero para dedicarse por completo a lo que él denominaba el estudio de la urbanización.

Durante un viaje a Nimes descubrió que las ciudades no estaban preparadas para hacer frente a las nuevas comunicaciones; que la industrialización, con la máquina de vapor como motor del cambio, necesitaba una trama urbana pensada a partir de las redes de transporte. Su frase «todo es movimiento» denota su visión anticipada del urbanismo de nuestro días.
En este sentido, Cerdá fue el primero en considerar el estudio de la ciudad como conjunto de redes y flujos que ofrecen un lugar habitable para todos. Su sentido de la igualdad social, próximo al socialismo utópico, y del higienismo que intentaba abrirse camino en Europa, le llevaron a concebir una ciudad integral en donde todos los habitantes gozaran de un espacio propio, iluminado y saneado, dotado con espacios públicos bien comunicados.

El derribo de las murallas le brindó la oportunidad de llevar a la práctica sus ideas y supo moverse deprisa. Consiguió que el gobernador civil de Barcelona le encargase el levantamiento de un plano topográfico de los alrededores, que sería la base del futuro Ensanche. Sabía que para conseguir su objetivo, la creación de una nueva ciudad, debía tener influencia en todos los estratos de una Barcelona en plena transformación.

Cuando el Plan del Ensanche fue aprobado en 1860, Cerdá supo que aquello no significaba la victoria final, sino el comienzo de una segunda y más larga batalla en la que debería luchar contra las presiones de los grandes propietarios de terrenos y con las reticencias de los barceloneses a vivir en lo que entonces era el llano: pleno campo sin agua ni luz. Para motivar a la población facilitó a cada propietario de las fincas un plano a escala 1/500 en el que se detallaba la extensión de la parcela y la superficie construible. Además, publicó el escrito Cuatro palabras sobre el Ensanche dirigidas al público de Barcelona, en donde explicaba con ejemplos prácticos cómo se podía transformar el suelo rústico en urbano. Dirigió la sociedad de gestión única del Ensanche y marcó él mismo en el terreno, con sus colaboradores, las alineaciones y las rasantes de las calles. Dedicó veinte años a construir el Ensanche, que en líneas generales se ha mantenido hasta hoy como él lo pensó: viviendas de unos 200 metros, agrupadas en manzanas cuadradas de unos cien metros de lado, con grandes patios interiores y calles de un mínimo de 20 metros de ancho.

Sin embargo, el coste personal fue muy elevado: abandonado por su mujer y arruinado por el impago de honorarios, murió a los 61 años mientras tomaba unos baños en el balneario de Caldas de Besaya. Una nota necrológica de la época decía: «El señor Cerdá era liberal y tenía talento, dos circunstancias que en España perjudican y suelen crear muchos enemigos».

Aurora Fernández Per. Publicado en El Correo - 15/08/1998



 




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