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Enric Miralles, principio sin fin

May 14, 2008

La revista `El Croquis' acaba de publicar una monografía sobre Enric Miralles. Es la cuarta que le dedica y el azar ha querido que aparezca al poco tiempo de su muerte. La generosidad editorial con que muestra sus últimos proyectos amansa, a fuerza de documentar la vida de sus obras, la idea de su ausencia.

En la primera página del monográfico, después de los créditos y el sumario, aparece una foto en la que el arquitecto catalán está sen-tado en un sofá, modelo 'chéster', negro. Apoya la mano extendida en el brazo de cuero y mira al frente sin hacer caso de la cámara, que lo enfoca de perfil. El fondo es una pared en la que quedan restos de un paisaje pintado en el estuco. Detrás del sofá, detrás de Miralles, aparece Benedetta Tagliabue, su asociada, su mujer, que mira al objetivo y esboza un gesto que no llega a ser sonrisa. Está de pie con las manos juntas, como esperando a que el fotógrafo diga: «Ya está».

Hace trece años, `El Croquis' publicaba el primer monográfico dedicado a Enric Miralles. Entonces compartía su estudio con Carme Pinós, que fue su mujer. En aquella primera página, después de los créditos, aparece una foto en blanco y negro de la pareja. Están sentados frente al tablero de dibujo. Tal vez es de noche, porque hay dos flexos encendidos. Enric mira al fotógrafo directamente, mientras que Carme, apoyada la barbilla en la mano, observa la cámara de reojo. Tenían entonces treinta y dos y treinta y tres años respectivamente. En aquel monográfico sólo había dos obras construidas, la Escuela de la Llauna y las marquesinas de la plaza Mayor de Paret. El cementerio de Igualada aparecía ya como proyecto en su primera fase. Miralles y Pinós eran, entonces, lo que ahora se llama un estudio emergente, que dibujaban una arquitectura desacostumbrada, esto es, ajena a la costumbre y a los que resultaba complicado clasificar. No estaban a la sombra de Gaudí, ni bajo el manto protector de los descontructivistas. No eran ni esto ni aquello, siendo a la vez también esto y aquello. Dibujaban sus primeros proyectos, la Escuela Hogar de Morella entre ellos, como si estuvieran ya construidos en su imaginario y ellos no hicieran más que acotarlos y despiezarlos. Josep Quetglas, uno de los que mejor ha entendido su obra, decía: «(...) Hay que llamar arquitectura, no a unos objetos construidos de acuerdo con unas ciertas técnicas y materiales, sino a un modo de imaginar -como el que mana, por ejemplo, de Enric Miralles-. Conozco pocos casos de gente cuya imaginación no necesite construirse, sino que sea ya, directamente ella, arquitectura».

Cuatro años más tarde, en 1991, aparecía una segunda monografía de `El Croquis' dedicado a Miralles y Pinós. Se titulaba `En construcción', tal vez porque ninguna de las obras construidas que incluía estaba totalmente acabada, o más bien porque Enric Miralles no creía en la obra acabada. «Creo que los proyectos nunca se terminan, sino que entran en fases sucesivas, en las que quizás ya no tengamos control directo sobre ellos, o quizás se reencarnen en otros proyectos que hacemos». Sin embargo, la foto que aparece en la primera página de este segundo monográfico, después de los créditos, sí tiene un cierto aire de término, o al menos así la vemos ahora. Enric, parece sentado y Carme, de pie, posan delante de un dibujo del cementerio de Igualada. Es un plano medio en el que Enric fija sus ojos en la cámara, como si quisiera hipnotizarlo. Tiene treinta y seis años y empieza a blanqueársele la barba. Carme deja caer su mano sobre el hombro de Enric, en lo que aparece una sugerencia del fotógrafo. No sonríen, aunque en la mirada de él hay una vehemencia adolescente que podría tomarse por una sonrisa anterior. El rostro de ella no expresa nada, si acaso un cierto distanciamiento de la situación. En las páginas siguientes están las primeras fotos del cementerio, con los árboles aún muy jóvenes y los nichos sin usar y también están los que serán los últimos proyectos firmados por Miralles con Pinós. Habían dejado de compartir estudio un año antes.

Un tercer monográfico
En 1995, cuatro años después del segundo, `El Croquis' dedica un tercer monográfico al arquitecto catalán. Se titula `Enric Miralles', a solas. El único ojo, la mitad de la cara está fuera del encuadre, mira a la cámara, esta vez sin vehemencia. Lleva la barba crecida, como si intentase ocultar la incipiente papada. Es una foto a toda página, en la que, sin embargo, el arquitecto no cabe. Destaca en la publicación una conversación que mantiene con Alejandro Zaera, en donde Miralles explicacómo trabaja -siempre a partir de la planta, sin una idea preconcebida del espacio que quiere construir-; cómo ve los edificios cuando se acaba, cuando ya no le pertenecen y son usados - «el uso es siempre brutal»-; cómo reconoce su desinterés por el minimalismo y su atracción por la sorpresa; “cómo justifica su complejidad formal en favor de una multiplicidad de lecturas, de una variación interminable. La conversación pertenece a un tiempo de entreacto en la vida del arquitecto. Ha conseguido construir sus primeros grandes proyectos en España-Igualada, Morella, Huesca, Alicante- y entra en el circuito de concursos internacionales. El estudio crece. Benedetta Tagliabue se convierte en asociada. El número de proyectos que se diseñan -en cuanto a Miralles sería más exacto decir que imagina- simultáneamente, establece una dinámica de intercambio entre ellos. Las piezas pensadas para uno aca-ban formando parte de otro, como si de repente encontraran su ver-dadero lugar. El trabajo termina fundiendo los proyectos como si todos fueran el mismo, que se transforma en cada lugar y en cada tiempo. Este cuarto monográfico que ahora aparece, y en el que se recogen todos los proyectos, la mayoría de ellos internacionales, que el estudio tiene pendientes, termina con un artículo de Rafael Moneo. Quien fuera un día maestro de Miralles en la Escuela de Barcelona, habla del alumno, sabiéndolo ya muerto, y al mencionar sus primeros proyectos dice: «Cuando, en estos días he vuelto una y otra vez a hojear las publicaciones que documentan su asombroso trabajo, me costaba establecer diferencias entre las distintas obras. El proyecto era siempre el mismo: el que su claro -y bien personal- ideario arquitectónico le dictó desde el comienzo de su carrera. (...) Tal vez así se explica por qué su obra se resiste a reconocer límites y es ondulante, fluida, abierta. Conoce el principio pero no el fin».

Acabado el artículo, aguarda una última foto. Es pequeña, algo mayor que una diapositiva y está en blanco y negro. Unos árboles, ya crecidos, dan sombra a un grupo de personas. Es verano y en el cementerio de Igualada debía hacer mucho calor.

Aurora Fernández Per. Artículo publicado en El Correo - 18/10/2000



 




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