¿Cuál es tu cuota de espacio público? El ejemplo de Melbourne
May 29, 2008
Docklands. Melbourne. Australia.
Artículo realizado por Martin Musiatowicz
Algo se viene moviendo en las riberas de Melbourne durante las dos últimas décadas. Desde la implantación de su retícula de calles, junto la desembocadura del Yarra en la bahía de Port Philip, en 1837, la ciudad había crecido de espaldas a su río, negando así el acceso a sus orillas. Éstas quedaron relegadas a las actividades portuarias e industriales, impidiendo que Melbourne disfrutara de su proximidad al agua.
Además, dicha incomunicación se vio agravada por la construcción de un corredor ferroviario que aisló todavía más los flancos sur y oeste del centro urbano. Durante décadas, políticos y urbanistas se plantearon cómo revertir esta situación para integrar a orillas del Yarra los usos residencial, comercial y turístico, así como sus correspondientes espacios públicos. El primero de estos intentos, coincidiendo con el auge inmobiliario de los años 80, tuvo lugar al otro lado del río, en la zona conocida como Southbank, y trajo consigo la construcción de varios hoteles y el casino que conocemos en la actualidad. Más recientemente, se ha completado el proyecto de Federation Square, operación que, gracias al soterramiento de las vías, permitió salvar puntualmente la barrera que separa el centro de la ciudad de su río. Igualmente, el nuevo parque de Birrarung Marr, sobre la misma orilla, se extiende desde Federation Square hasta el vasto recinto deportivo que en su día sirviera para acoger los Juegos Olímpicos de 1956. Con todo ello, la operación que supera en escala a proyectos precedentes sobre el río Yarra es sin duda la transformación de los Docklands: 200 hectáreas de antiguos terrenos portuarios desocupados tras la reubicación de las actividades industriales. Impulsado por decreto parlamentario en 1995, este esfuerzo urbanizador, todavía en curso, duplicará la superficie del centro comercial y de negocios de Melbourne. Con el apoyo de un particular sistema de financiación y planeamiento, de los Docklands ha surgido un sutil equilibrio, aún no experimentado, entre la promoción privada y el espacio público.
Docklands, el ensanche de Melbourne
En 1996, la firma ARM -Ashton Raggatt McDougall- fue invitada por el consorcio urbanizador de la zona -Docklands Redevelopment Authority- para elaborar un Plan Director que complementase el plan de desarrollo ya lanzado. Al contrario que en proyectos similares, aquí se optó por hacer tabula rasa y suprimir la casi totalidad de preexistencias.
Al tiempo, dado el contorno irregular de sus bordes, se diseñó un trazado viario también irregular, en respuesta a la rígida trama ortogonal circundante de manzanas rectangulares. De esta manera, frente a los esquemas igualitarios de la retícula racional en el centro de negocios, el plan apuesta por un principio de fluidez zonal, volumétrica y circulatoria.
Los accesos desde el centro de la ciudad se han visto reforzados con la construcción de un puente desde la calle Collins y de una pasarela peatonal desde la calle Bourke. Ambas arterias conectan con el núcleo consolidado de Melbourne, franqueando así uno de los límites tradicionales del tejido urbano más afianzado: la estación de Spencer Street, de Grimshaw and Partners, prácticamente finalizada. Una nueva línea de tranvía, que retoma el trazado del corredor ferroviario existente, se prolongó hasta la orilla del agua a la altura de Harbour Splanade, y en el futuro nuevas líneas se sumarán para afianzar las conexiones del barrio con otros puntos de la ciudad.
En cuanto a los espacios públicos, el esquema director previó un sistema de grandes infraestructuras –el frente de Harbour Esplanade y el parque de los Docklands- ligadas a una red continua de corredores públicos que abrazan todas las orillas. El fin de estos espacios es procurar una costura pública capaz de cohesionar la tan disparatada amalgama de proyectos presentes en los Docklands.
Cada una de las zonas a desarrollar fue calificada como barrio y le fue entregada a una promotora diferente, quien se encargaría de procurar las infraestructuras, las construcciones y el espacio público. Casi desde el primer momento, el plan original empezó a sufrir profundas modificaciones a medida que cada una de sus partes se negociaba con un promotor diferente. En cualquier caso, se pueden observar en el recinto de los Docklands estrategias de planeamiento urbano bien distintas de aquéllas del centro tradicional. Hoy en día, con numerosas parcelas ya ejecutadas y otras en curso de realización, los accesos abiertos y algunos espacios públicos empezando a ver la luz, es posible hacerse una idea de cómo será el futuro frente marítimo de Melbourne.
La inversión en arquitectura pública por parte de las Administraciones australianas es relativamente escasa comparada, por ejemplo, con la de Francia o España; su pasado británico impregna todavía la economía y la política con una marcada pátina conservadora. Ya desde los años 70, una ola privatizadora impulsó la liberalización de todos los activos públicos –desde cárceles a compañías de telecomunicaciones o aeropuertos-, reduciéndose de manera considerable el gasto público. Es decir, que los sucesivos gobiernos, más que preocuparse por el interés de todos, se han dedicado a cuadrar la contabilidad.
En este orden de cosas, la tendencia consiste en poner en manos del sector privado la batería de inversiones públicas: éste ha sido el modelo escogido para el desarrollo de los Docklands, donde las Autoridades se limitaron a redactar un Plan General, entregando a promotores privados el desarrollo de sus fases. No obstante, el Gobierno se reserva en cada caso la posibilidad de modificar los proyectos para adecuarlos a las estrictas regulaciones del Plan General, en particular las cuestiones ligadas a criterios de diseño, servicios, diversidad, integración con los alrededores o rentabilidad, etcétera. Y muy especialmente, las promociones privados deben cumplir estrictos requisitos en cuanto al desarrollo de una proporción de los espacios como públicos.
La inquietud principal del Gobierno era asegurar la repartición “justa” de los riesgos, la protección de los intereses de la comunidad y la limitación de sus responsabilidades. De gran interés para este monográfico de a+t son los efectos colaterales de las relaciones de poder entre los sectores públicos y privados al llevar a cabo los Docklands, y sus efectos sobre el espacio público, que son realmente evidentes. Lo que hace a los Docklands económicamente viables es, en parte, el traspaso del riesgo financiero del gobierno al sector privado, sin el cual el proceso no hubiera sido posible. Pero las concesiones hechas en beneficio del interés económico, que soporta el espacio público son, cuando menos, problemáticas.
Subcontratando el espacio público: ¿qué es un espacio público?
En su más pura forma utópica, basada en las nociones del individualismo democrático, el espacio público, o el dominio público pueden definirse por su libre acceso. Históricamente, el término se refiere a espacios físicos tales como calles, plazas y parques y ciertos edificios, como bibliotecas públicas o museos, que están abiertos a todos, sin criterio de uso o entrada. La libertad de lo público puede calibrarse por su potencial para generar actividad, protesta, encuentro y expresión –y sobre todo por la ausencia de un control externo o superior de tales acciones, es decir, por alguna forma de Gran hermano. Posiblemente una definición más equilibrada se encuentra en algún lugar intermedio entre esta idea de libre acceso y los intereses más amplios de la sociedad – la conciencia cívica. Para hacer esta noción aún más compleja, las ciudades contemporáneas son cada vez más un delicado equilibrio entre el libre acceso, el interés ciudadano y los intereses privados –o más bien empresariales. Sin embargo, demasiado a menudo el término espacio público, particularmente cuando es usado por los políticos, promotores o diseñadores es entendido, simplemente, como espacio vacío, paseos y plazas entre edificios que, a causa de sus programas indefinidos o de intereses comerciales, acaban considerándose como espacios públicos. Sin embargo, como afirman Katia Worpole y Liz Greenhalgh, lo que hace público a un espacio es su uso. El espacio es dinámico y sólo existe a través de su uso a lo largo del tiempo1.
Privatizar la oferta de espacio público como si perteneciera al negocio inmobiliario es peligroso, e inmediatamente traen a la mente ideas sobre reglamentos privados y control. Por tanto, volviendo a la definición de lo público, ¿cómo podrá protegerse el libre acceso, propio de la esfera pública, en este caso? Lo que sorprende en los Docklands es la ausencia de diversificación de usos en un primer momento: todo es comercial o residencial, y lo comercial es hostelero. Las ciudades necesitan equipamientos públicos, como escuelas, bibliotecas, ayuntamientos y demás, para satisfacer las necesidades de la sociedad. Los desarrollos comerciales y privados sirven, sobre todo al individuo, aunque realmente muy poco se puede hacer para detener a los promotores en su deseo de priorizar los intereses de sus clientes; en realidad esa es su responsabilidad para con los accionistas; sólo que en este caso las necesidades de accesibilidad y apertura de la sociedad están por encima. La privatización del entorno urbano ha sido lamentada por muchos y, si el libre acceso es la prueba de lo que se considera público, entonces los Docklands dificilmente la pasarían; la responsabilidad reside firmemente en manos del gobierno, cuyos accionistas son los ciudadanos, para defender el ámbito público.
Hay una serie de problemas que surgen a raíz de este proceso, ya que el espacio público puede reducirse fácilmente a un trozo de espacio sin ánimo de lucro. Esto se evidencia en la Explanada, que se ha construido en secciones, con áreas frente a los nuevos edificios para proporcionar un primer plano y luego un espacio vacío que se construirá posteriormente. En general, parece como si la libertad de infraestructuras y el diseño del espacio público amenazaran con minar la cohesión y legibilidad del área en su conjunto. Las zonas en contacto entre las diferentes promociones, el diseño del viario y el tratamiento del borde marítimo, mientras no están terminados, pueden dar lugar a una distorsión del conjunto. El resultado es algo confuso –especialmente para el visitante y es difícil imaginar como acogerá el público esta parte de la ciudad por el momento, sobre todo con lo escépticos que son los habitantes de Melbourne. En la fase actual, si bien los Docklands muestran actividad, es sobre todo una capa de la población la que acude allí para cenar o para dormir, las actividades son limitadas y lo público se ha reducido a lo consumible. Parece claramente necesario integrar el proyecto en la vida local y que no derive por la senda de los Wharf de Londres, que acabaron siendo un lugar de negocios, un sitio para hospedar al turismo de negocios o bien un área de comunidades cerradas para ricos.
Otro ejemplo llamativo de esto es New Quay, la primera de las fases, terminada en 2002, en donde existe una delimitación muy clara entre las zonas “públicas” promovidas (es decir, las terrazas de los bares) y el acceso público a la explanada del borde marítimo. En vez de difuminar la relación entre el programa de uso mixto comercial que hace de base a las torres de viviendas, para activar los espacios públicos, dicho uso se ha elevado y diferenciado sobre un pequeño podio que crea una frontera, sin acceso desde el frente, ya que a se accede por una calle interior privada. Hay algunos pabellones independientes, que animan el borde, como el de McGaurran Giannini, con restaurantes y bares. Sin embargo, permanece un sentimiento característico de desfase entre el tratamiento jerárquico del espacio privado y el público. Se limita el potencial de usos variados para este espacio, y se reduce, además, la posibilidad de que los usuarios paren y descansen, lo cual se percibe incluso al ver el mobiliario urbano.
Lo que empezó en los Docklands como un experimento de asociación malvenida entre lo público y lo privado, quizás pueda con el tiempo llegar a desarrollar una identidad propia y un sentido de comunidad. El concepto de una espina vertebradora de los espacios públicos refuerza su capacidad para ofrecer un marco de futuros usos, que evolucione y se diversifique. El concepto de la Explanada, desarrollado por ARM y Room 4.1.3 usaba la analogía de un rascacielos tumbado y creaba una serie de bandas, una especie de superestructura de planta libre. La esperanza es que en el futuro, cuando el primer edificio esté completado en la próxima década y la vida empiece a moverse, la zona se imbuya de un sentido y una escala más sutil de desarrollo, con usos y programas diversificados. De hecho, este puede ser el hallazgo de la estrategia de ARM, entender el complejo proceso que se necesitaba para que eso pudiera ocurrir. Mientras los promotores necesitaron inicialmente proteger sus beneficios y emprender la aventura cautelosamente, con el tiempo la ciudad evoluciona y otros promotores e intereses se unen, lo cual no sucede en una década, sino como un proceso continuo. Más que el agua en sí misma, el ingrediente clave del éxito será la mejora de conexiones con las áreas vecinas, (el centro de negocios y con otras actuaciones a lo largo de las orillas del Yarra) y la capacidad de disponer de una variedad de espacios públicos y programas dentro de las promociones, que atraiga a un amplio sector de la sociedad.
1 Worpole, K. & Greenhalgh, L. The Freedom of the City, 1996, Demos, London, p. 12.
Artículo publicado en a+t 26. In Common II