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El Museo del Prado y sus circunstancias

May 13, 2008

La Ampliación del Museo del Prado no es un proyecto más, no sólo por tratarse de la primera pinacoteca española, si no por las reticencias que, históricamente, ha suscitado cualquier modificación sobre el edificio de Juan de Villanueva. Mientras otros museos europeos han abordado remodelaciones, para satisfacer las demandas del llamado turismo cultural, el Prado se ha resistido a la inevitable ampliación. Como consecuencia, los visitantes deben sufrir las incomodidades de unas instalaciones anticuadas y de los continuos traslados de las obras, ocasionados por las exposiciones temporales.
El último gobierno socialista decidió acabar con esta situación en el último año de su última legislatura. Cuando ya entonaba el canto del cisne, convocó un concurso internacional anónimo, guardándose las espaldas con la presencia en el jurado de la Unión Internacional de Arquitectos. Se presentaron 481 equipos que intentaron resolver el problema propuesto: al tratarse de un edificio ilustrado que no debe verse afectado, constrúyanse en el solar colindante con su trasera y en el Claustro de la Iglesia de los Jerónimos, sendos edificios de nueva planta que permitan las funciones que un museo actual requiere.
Las pegas surgieron por doquier: ¿Por qué forzar la ampliación del Prado hacia la zona de los Jerónimos, de complicada orografía y con una estética marcadamente historicista, en vez de mirar hacia el otro lado del Paseo del Prado, donde se encuentra el antiguo edificio de Sindicatos, hoy Ministerio de Sanidad, de propiedad pública, versátil para albergar diversas funciones? ¿Por qué no abordar la ampliación por la puerta de Goya, esto es, la entrada norte del edificio de Villanueva, construyendo en el vacío que produjeron los desmontes efectuados a finales del XIX para iluminar los sótanos? ¿Por qué convocar un concurso anónimo y abierto en vez de uno restringido entre arquitectos de reconocido prestigio?
Las preguntas quedaron sin respuesta y, a juzgar por el fallo del jurado, el problema sin solución. Ninguno de los diez finalistas elegidos consiguió ganar. Sólo dos equipos de arquitectos jóvenes se alzaron con el reconocimiento de sendos accésits. Es lo habitual en los concursos anónimos, los jóvenes vencen, pero no convencen. Así que las instituciones convocantes corrieron un tupido velo y dejaron pasar dos años largos, hasta que en pleno verano del 98, avisaron de manera inesperada a los finalistas y les pusieron sobre la mesa un nuevo problema, cuyo enunciado era, más o menos, el siguiente: dado un proyecto de ampliación diseñado por nosotros, es decir los clientes, en donde ya se especifica el número de plantas que debe tener el edificio de los Jerónimos, y se obliga a respetar otro, diseñado por el arquitecto de la Diócesis en la misma manzana que, dicho sea de paso, tiene tres sótanos de aparcamientos y dos pisos de viviendas, constrúyase una fachada para envolver el Claustro y apáñense como puedan para conectar dicho edificio con el de Villanueva.
Algunos de los finalistas no aceptaron la invitación y otros de los que lo hicieron incumplieron ostensiblemente las bases. Sin embargo, la propuesta de Moneo llegó puntual a la cita y era escrupulosa con el programa. El jurado la eligió unánimemente, por ser “discreta y controlada”. Sin embargo, estaba cantado que cualquier actuación en la zona produciría chirridos, por muy discreta y controlada que ésta fuera.
A fuerza de querer complacer, durante el último año, el arquitecto ha aceptado que su proyecto no sea personal, sino adaptado a las sugerencias del museo, modificando sucesivamente la propuesta y perdiendo por el camino algunos de los rasgos más identificativos, como la marquesina de cristal que cubría los espacios de acceso, que ahora se ha sustituido por un parterre ajardinado. Incluso así, no ha escapado a la campaña que orquestan algunos sectores del barrio, apoyados por algunos medios. La guinda la ha puesto recientemente la CEIM (Confederación de Empresarios Independientes de Madrid), que se ofrecía a instalar unos andamios en el claustro, con unos toldos que simularan la fachada diseñada por Moneo, para que todo el mundo pudiese opinar. La idea ha sido desestimada, pero la paciencia del autor se ha resentido. “No creo que Florencia se construyera a base de plebiscitos”, afirmó el miércoles el arquitecto navarro. Pero Madrid no es Florencia y sus circunstancias tampoco.

Publicado en El Correo - 10/04/2000



 




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