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La vuelta del compromiso social

May 30, 2008

La vuelta del compromiso social

Artículo realizado por Martin Musiatowicz

Durante los años sesenta, un número de grupos revolucionarios, entre ellos Archizoom, Superstudio y la Internacional Situacionista, críticos con los cambios de la sociedad moderna, coincidieron en un intento por resistir el capitalismo, resucitar al individuo y redefinir la vida moderna.
La ciudad moderna, que se apropió de la comunidad y de las instituciones por medio de un crecimiento continuado del consumo, ha seguido disolviendo e hiperindividualizando la sociedad. La mercantilización y el consumo definen la vida, el espacio y las ciudades que habitamos; el mundo entero o al menos el mundo desarrollado, está gobernado por el comercio. Sin embargo, hoy ya no es la producción de bienes físicos la que lidera los poderes económicos, sino la de servicios, el entretenimiento y la información. Al igual que los jóvenes revolucionarios de hace cincuenta años, los arquitectos actuales se enfrentan a un mundo que cambia rápidamente, a menudo incluso antes de que las acciones lleguen a realizarse. Las ideas de volver a comprometer a la sociedad con las experiencias reales y las relaciones directas son una preocupación tan relevante hoy como lo fueron entonces. Sin embargo, mientras que las visiones alternativas propuestas por aquellos grupos eran utópicas y revolucionarias, los profesionales de hoy, habiendo comprendido la condición híbrida de la cultura y el comercio y la fusión absoluta de lo real y lo virtual, prefieren usar la sutileza y subversión, por una parte para satisfacer las necesidades funcionales y comerciales y, por otra, para encontrar estrategias que potencien al máximo la interacción espontánea, el encuentro y la experiencia real.

La práctica de la arquitectura y en particular la asociada a los espacios públicos y los edificios cívicos ha recorrido, o mejor, se ha enfrentado a cada oleada de cambio, intentando construir realidades fijas en un entorno turbulento y acelerado. Debido en gran medida a la competencia turística, la arquitectura espectáculo necesita iconos y monumentos. Hay muy pocos programas en los concursos que no demanden la creación de un edificio o un espacio icónico. Para contribuir a esta obsesión ya de por si preocupante, están las nuevas herramientas de diseño, que permiten representar cualquier cosa imaginable, a menudo en un espacio vacío. Pero cuando se piensa en los espacios cívicos o públicos es necesario analizar qué tipo de lugares facilitan el encuentro entre personas diferentes, el intercambio de valores, la noción de lo que es ser un individuo entre muchos y la diferencia entre estar en un lugar o en otro. Los profesionales intentan abordar de una manera innovadora los diferentes espacios que configuran una ciudad y adaptarlos, no sólo a una función, sino a la mejora de la vida que existe fuera de nuestros entornos domésticos o laborales. Los edificios y espacios públicos son elementos esenciales de la infraestructura urbana, claves para construir la identidad de la ciudad. Sin embargo, la trama de espacios que surgen alrededor y dentro de las instituciones públicas y privadas estructura el discurso subyacente de la ciudad.
Calles, callejones, vestíbulos, espacios informales e incluso aparcamientos y ascensores forman parte de la vida de las personas y de sus intercambios. Estos espacios, que podrían denominarse espacios dispersos1, han servido a muchos arquitectos para crear lugares no-programados para el encuentro. El programa, que fue una simple herramienta para asignar una función a un espacio, ha sido criticado y manipulado para dar cabida a nuevas posibilidades de integración y a una mayor apertura a las actividades no planificadas2. Paralelamente a las actividades y encuentros previstos y privados, pueden desarrollarse otros menos definidos utilizando estos espacios intersticiales.
La naturaleza cambiante de las instituciones ciudadanas, en respuesta a situaciones también cambiantes ofrecen otras oportunidades para redefinir y yuxtaponer los programas convencionales. Mientras que hace sólo unas décadas, las instituciones cívicas eran espacios excepcionalmente libres de elementos comerciales, hoy son una amalgama de espacio comercial y espacio cívico. Las tipologías tradicionales reflejaban la imagen de las instituciones culturales como reservas para la contemplación serena, en contraposición a la idea creciente de contenedor como foco de intercambios3. Estos cambios son consecuencia de la disminución de fondos que estas instituciones obtienen directamente del estado, que les ha empujado a buscar nuevas formas de financiación a través de la venta y el alquiler. Para seguir siendo importantes y fortalecer el compromiso, las instituciones cívicas deben ofrecer un servicio, no solamente académico o elitista y empezar a considerar al público como clientes del negocio de la información y el espectáculo4. El planteamiento clásico de que las instituciones pueden existir como consecuencia de lo que ofrecen, una biblioteca o un museo, ya no es viable, puesto que deben posicionarse para competir entre si en el mercado del entretenimiento y el ocio. A ello se añade el hecho de que la cultura ya está en todas partes, con la ubicuidad que permite internet. Un alto grado de competitividad y variedad rodean las atracciones culturales, con tópicos como entretenimiento y elección resonando como demandas clave y el resultado es un mayor énfasis en la experiencia y en la educación y una tendencia hacia contenedores culturales que agrupen varias instituciones y funciones y se conviertan en destinos por derecho propio5. Para dar una respuesta arquitectónica a todo esto, el Centro Pompidou definió una nueva tipología, que puede apreciarse, no sólo en otros museos, sino también en bibliotecas, escuelas y ayuntamientos. Tales catalizadores de la sociedad ofrecen la oportunidad de crear una sensación de densidad de personas y actividades y facilitar la disolución de límites, convirtiéndose en magnetos de la comunidad a nivel local y global.
En su época, la Internacional Situacionista, consciente de que la función era inevitable, se negó a ser prisionera de la misma. En un momento en que los arquitectos y urbanistas consideraban a la gente como números estadísticos e ignoraban el papel psicológico del entorno, la percepción espacial y la experiencia tenían un objetivo que no se basaba en el uso práctico6. El urbanismo tradicional, con sus métodos de segregación de la ciudad en partes separadas, –lugares de producción, residencia y ocio– y alejadas unas de otras, permite un mayor control sobre la población que una sóla entidad.
El Urbanismo Unitario propuesto por la Internacional Situacionista como una revolución alternativa, deseaba liberar a la gente de este sentimiento de homogeneidad desterritorializando la ciudad y permitiendo a la población involucrarse más en la experiencia sensorial inmediata de sus entornos7.
La situación, el centro de su propuesta, era definida como un suceso espacio-temporal que se experimenta al margen de la influencia que ejerce el espectáculo de la cultura de masas, permitiendo al individuo disfrutar de su propia realidad y de sus emociones en vez de construir un sentimiento de lugar o pertenencia8. Recientes proyectos sobre espacios y edificios públicos han querido involucrarse en esa línea, incluso de una manera más sutil. Especialmente relevantes son las técnicas que desterritorializan el programa y consideran la función como algo secundario dejando espacios difusos, de encuentros no planeados o en general espacios dispersos que actúan como mediadores entre entidades a menudo incompatibles. La idea central es estar preparado para lo imprevisto y lo indeterminado. Muchos proyectos actuales se involucran en la experimentación y la posibilidad de disfrute. Satisfacen el uso, pero la preocupación predominante es crear un foco de atracción, un denso nodo de sociedad que permita el solapamiento y la disolución de la programación homogénea propia del planeamiento utilitario.

Artículo publicado en a+t 29. Civilities I

Notas
1 See: Franck, K. & Stevens, Q. Loose Space. Routledge, USA, 2006.
2 James, V. and Yoos, J. “Tempering Program” in Praxis: Re:Programming, no. 8, 2006, p. 30-35.
3 Lotz, C., “Market Forces”, Museums Journal, August 2005, p.16.
4 Bailey, S., (ed), Commerce and Culture: from pre-industrial art to post-industrial value. London, Penshurst Press, 1989. p.7
5 Newhouse, V., Towards A New Museum. New York, The Monacelli Press, 1998. p.191.
6 Jorn, A. “On the current value of the functionalist idea”, in Andreotti, L. and Costa, X. (ed.) Theory of the Derive and Other Situationist Writings on the City. ACTAR- Museu d’Art Contemporani de Barcelona, 1996. p.33.
7 Kotanyi, A. and Vaneigem, R. “Elementary program ot the Bureau of Unitary Urbanism”, in Andreotti, L. and Costa, X. (ed.) Theory of the Derive and Other Situationist Writings on the City. ACTAR- Museu d’Art Contemporani de Barcelona, 1996. p.116.
8 Leach, N. The Anesthetics of Architecture. MIT Press, London, 1999. p.59.





 




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