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Vivienda colectiva. 10 sellos

May 22, 2008

Vivienda colectiva. 10 sellos

El debate actual sobre la ciudad está centrado, en gran parte, sobre el tema de la densidad. Cada vez se identifica más al suelo como un bien escaso que debe ser protegido y consumido en su justa medida. La dicotomía entre la ciudad dispersa y la ciudad compacta, Sprawl versus Compactness, de hace unos años, ha afectado a la planificación urbana y condicionado desde el diseño de las vías de transporte, hasta las políticas de implantación de las grandes empresas que controlan el consumo a nivel global. Pero este debate no es nuevo.
A finales del siglo XIX, la solución visionaria de la ciudad en el campo, que proponía Ebenezer Howard, no era más que una reacción utópica al hacinamiento y la miseria que consumía a las ciudades. A principios del siglo XX, en Europa central, el enfrentamiento se establecía en los términos de Siedlungen frente a Höfe. El modelo del Hof vienés, con el superbloque de viviendas autosuficiente, verdadero rascacielos tumbado insertado en la trama de la ciudad existente, se oponía al Siedlung de baja densidad edificatoria que colonizaba el territorio exterior al perímetro urbano. Es también la misma discusión con otro nombre, mantenida en Bruselas en 1930 en el III CIAM, sobre dos concepciones de ciudad, la ciudad jardín, o la basada en la edificación en altura. Según Walter Gropius, “el edificio bajo, mejor con un solo piso, deberá situarse en las zonas periféricas de la ciudad con baja densidad. El edificio con altura racional de 10 o 12 pisos y con instalaciones centralizadas colectivas, demostrada su utilidad, deberá situarse sobre todo en las zonas de densidad alta. El edificio de altura media no presenta ni las ventajas de la construcción baja ni las de la alta, a la cual es inferior desde un punto de vista social, psicológico y en parte, también económico.” (1)

Pero, ¿de qué orden de magnitudes estamos hablando? Para centrar el tema hay que hacer intervenir a los números. La densidad medida en viviendas por hectárea arroja unas diferencias exageradas según la forma que tienen los edificios de asentarse sobre el territorio. El número de viviendas que ocupa un recuadro de terreno de 100 metros por 100 metros, suele variar en las ciudades europeas de 25 a 100. Una urbanización con viviendas unifamiliares en parcelas de 1.000 metros cuadrados estaría en torno a las 10 viviendas por hectárea. La densidad media de Los Ángeles es 15. La densidad mínima recomendable para que exista servicio público de autobús es 25. Las nuevas directrices para el planeamiento en Inglaterra, PPG3,(2) estipulan que 30 viviendas por hectárea debería ser el mínimo para los nuevos asentamientos, listón demasiado alto para los británicos. La densidad media de Londres es 42. Para que exista servicio de tranvía, 60. La densidad media de los centros urbanos consolidados en Europa está en 93 viviendas por hectárea. El desarrollo del Singapur de los años setenta estaba en 250 y el actual de la región de Kowloon, en China, en 1.250 viviendas por hectárea.3 En términos generales se puede entender que una densidad elevada optimiza la ocupación del suelo, reduce la presión sobre el suelo agrícola, disminuye los desplazamientos y el riesgo de accidentes de tráfico, hace que el transporte público sea rentable y crea zonas de actividad urbana que favorecen los intercambios comerciales y culturales. Todos los organismos, entidades y asociaciones que abogan por la sostenibilidad, por el desarrollo que consume lo justo, apuestan por la alta densidad, y sitúan la densidad ideal en torno a las 100 viviendas por hectárea.
La tierra es un bien deseable, acaparable y su posesión ha sido garantizada tradicionalmente en los sistemas capitalistas que defienden la propiedad privada del suelo. El instinto de marcar un territorio que se reconozca como propio, en el que cualquier extraño debería identificarse para poder entrar, el hecho de poder obtener alimentos de la tierra sin depender de las redes de suministro y la posibilidad de transmitir un espacio físico delimitado y permanente a los herederos hacen, que el instinto de posesión de la tierra se convierta en uno de los bastiones principales de las sociedades establecidas. Ese instinto es fuerte y está arraigado en muchas mentalidades, por lo que no se puede luchar contra esos anhelos de gran parte de la población –especialmente fuertes en el norte de Europa, donde el individualismo en las relaciones sociales es mayor–, que desea una vivienda propia, una íntima relación con el terreno, una pequeña parcela cultivable, no tener que utilizar el ascensor, ni siquiera encontrarse con el vecino en el portal. Mucha gente quiere vivir en su casa y no en un piso. En este sentido, la fuerza del mercado es imparable y por tanto, el debate está servido.
También está claro, que el número de personas que integran la unidad familiar o de convivencia bajará de 2 en los próximos años y si se quiere mantener el nivel de actividad de los centros urbanos actuales habrá que aumentar la densidad de la ciudad consolidada. En este momento, las principales actuaciones residenciales que se están llevando a cabo se dirigen en tres direcciones: primero, recomponiendo la densidad de los centros urbanos, aumentando su compacidad y renovando el tejido envejecido; segundo, creando una nueva forma de ocupar el territorio con organismos mixtos y autosuficientes, bien integrados y con una pequeña parcela de una naturaleza controlada. Por último, limitando la ocupación del suelo agrícola y las suburbanizaciones en la periferia de las ciudades, de manera que se respete y preserve el medio natural en determinados enclaves.
“Neutralidad específica” (4), artículo del Atelier Kempe Thill, publicado en el número 20 de a+t describe una serie de cambios que afectan a la vivienda colectiva, que nos van a llevar a una “arquitectura más pensada para el usuario, más flexible y más personalizada.” En este número, profundizamos en esos mismos apartados y destacamos los nuevos enfoques que van a centrar el debate a partir de ahora. Actualmente, las utopías modernas de la casa modificable no se pueden seguir identificando con la casa flexible. Las repercusiones que en nuestra vida tiene el sistema económico se han convertido en mucho más importantes que las que puede aportar el medio físico en el que desarrollamos nuestra vida diaria. La flexibilidad la percibimos en la facilidad de desplazamiento, en la posibilidad de cambiar de trabajo y de lugar de residencia, en la rápida adaptación de nuestros hábitos ante la irrupción en la unidad de convivencia de un acontecimiento inesperado... El engranaje económico y social permite adaptarnos más fácilmente y con mayor rapidez que antes a estos cambios que pueden producirse en nuestras relaciones.
La mayoría de las personas cuando necesita cambiar de vida, lo que hace es cambiar de vivienda, no transformar la que tiene. En este momento de incertidumbre, hemos pasado de un sistema rígido y que se asombraba de lo extranjero, a otro flexible y al que lo extraño le resulta indiferente, ya no existe curiosidad por lo que es diferente a nosotros, sino una sensación de inseguridad. Es lo que Richard Sennett llama flexibilidad e indiferencia de la nueva etapa del capitalismo (5). El apego al lugar donde se vive, y al lugar donde se trabaja ha desaparecido y cada vez se parece más el lugar donde se vive al lugar donde se produce. La casa en el futuro será una oficina; una oficina donde también se duerma y a veces, sólo a veces, se cocine. Será también un hotel, donde los servicios auxiliares estarán resueltos y ¿por qué no? una residencia de ancianos, donde se cumplan las rigurosas normativas de accesibilidad existentes. Se deberá plantear siempre una alternativa a toda escalera, bien sea una rampa, una silla automatizada para discapacitados, o un ascensor adaptado. El aumento de la exigencia es imparable y la casa se convertirá en pocos años en una residencia accesible, visitable y adaptable.

¡Cuánto hemos cambiado!
En el momento actual, la vivienda colectiva también está recomponiendo sus bases de partida y se está haciendo más flexible e indiferente. Su situación en el entorno urbano tiene menos importancia ante la fragmentación y disolución de la ciudad contemporánea. La multiplicidad de situaciones es lo que enriquece la oferta. Los ejemplos y soluciones se han ido fundiendo entre sí y las separaciones funcionales se difuminan en la bruma de la posmodernidad, las zonas ya no quedan claras, ni están delimitadas. La ciudad dispersa no es lo que era, ni la ciudad compacta presenta ese grado de colmatación que podría distinguirla de las suburbanizaciones que la rodean. Actualmente, el nivel de fragmentación del conjunto urbano es patente y la diferenciación entre ciudad, suburbios y campo ya no es tan evidente como antes. En el futuro, se avecinan tiempos inciertos, que seguramente asimilarán temas, que en este momento están de actualidad, como globalidad y fragmentación, así como sus consecuencias derivadas, la concentración del poder y la disgregación del espacio urbano.
Nadie conoce a nadie que afirme vivir en un sitio disperso y sin identidad. La dispersión y la falta de carácter están en otra parte y puede que sólo sea un ejemplo poco representativo, pero cada vez hay más gente que se siente un nómada global, que viviría en cualquier lugar del mundo y que casi no se acuerda dónde lo hizo hace diez años(6). Lo que le interesa y le preocupa es que haya centros culturales, buenas escuelas, un aeropuerto y espacio libre cerca de su casa. Lo que le gusta es un sprawl con contenido cultural, bien conectado y con fácil acceso al medio natural. Un lugar disperso en el que sentir la sensación del hogar. Para que esto se produzca, la vivienda, sea individual o colectiva, deberá estar conectada a un foco urbano, que reúna la masa crítica suficiente para que pueda existir una actividad cultural enriquecedora. La vivienda del nómada global se está planteando ya en las zonas cercanas a los aeropuertos. El ejemplo más claro es el conjunto residencial Toolenburg-zuid al lado de Schipol, cerca de Ámsterdam. Steven Holl justifica el proyecto basándolo en cinco ideales para el siglo XXI. Es una ciudad pensada para los ciudadanos del mundo, para los viajeros suburbanos a escala mundial, para una mezcla de unidades de convivencia, que ni siquiera conocemos ahora y que podrá surgir de la evolución de las actuales unidades familiares. Las Torres-cactus son para esos “tipos peripatéticos internacionales que consideran Europa central su base ideal de operaciones. Un arquitecto de Nueva York, un artista de Brasil, un músico de Los Ángeles, un actor de San Francisco y un programador de ordenadores de Hong-Kong; todos ellos pueden poseer por fin un ‘espacio en el cielo’ en esta nueva zona híbrida internacional.” (7) Espaciotiempo-información. Combinatoria y vida híbrida. Habitar-trabajar-divertirse. Vida global sin depender del automóvil y Ecología y metonimia, son los nuevos ideales.
A la nueva situación, le gustaría tener una respuesta para estos ideales; todavía no lo ha conseguido.
La casa que está por venir va a tener que conseguir etiquetas o sellos de calidad con los que atraer a sus posible clientes. Diez sellos con los que deberá identificarse, diez casas, una dentro de otra, y no siempre en el mismo orden de importancia; 1. La casa neutra, que identifique la construcción de la casa con las viviendas-contenedor, con un carácter y una identidad que no se impongan a su entorno; 2. La casa flexible, adaptable y modificable a cualquier uso posterior, incluso distinto del de vivienda; 3. La casa diversa, que sea capaz de acoger a cualquier tipo de unidad de convivencia, de variado tamaño y composición, desde monopersonal, hasta pequeñas comunidades; 4. La casa verde, la casa ecológica, que sólo consume el terreno justo, de manera que la naturaleza participe del edificio; con sistemas de reciclado de residuos y aprovechamiento de energías limpias; 5. La casa-oficina, comercializada por m3 en vez de m2, con buena altura de techos y espacios modulares, que facilite el acceso rápido a las redes de información y que permita el trabajo en el hogar; 6. La casa-hotel, que contemple la posibilidad de incluir otros usos, servicios extra, comerciales y de ocio, como un bar-restaurante, un pequeño gimnasio, o una lavandería funcionando las veinticuatro horas del día; 7. La casa sin coches, en un entorno denso, que dé opción a la implantación de un transporte público rápido y eficiente entre vivienda y trabajo, que dificulte el uso del vehículo privado en las zonas residenciales, favoreciendo los medios de transporte alternativos, como la bicicleta o los coches eléctricos de uso compartido; 8. La casa-plaza, con espacios colectivos de relación dentro del edificio, como terrazas, patios interiores, o jardines que hagan más fácil el encuentro entre los residentes; 9. La casa asistida, la casa-hogar-de-ancianos, que mejore la accesibilidad, la visitabilidad y la adaptabilidad, que incluya consultorio médico, guardería y permita la atención médica a domicilio; 10. La casa protegida, que dé confianza a las personas que viven solas, que asegure la protección física y psicológica en el entorno inmediato. Lamentablemente, esta última casa es una casa con barreras y supone la inevitable exclusión de todo lo que es extraño. En Estados Unidos, cada vez aparecen más comunidades encerradas detrás de una valla, gated communities, con medidas y controles de seguridad privados, que están consiguiendo que lo conocido esté más cerca, –aunque nadie sepa lo que hace su vecino–, pero también lo extranjero, cada vez más lejos.
Frente a esto, la vieja Europa, que sigue viviendo su wonderful day, cierra cada vez más su universo protegido y parece ajena a las convulsiones que sacuden el mundo. Sigo con Sennett, “Respecto a la acción social de cohabitar con extranjeros, el espacio cívico se caracteriza actualmente por la ‘acomodación mutua en la disociación’. Esto supone una tregua, la de dejar al otro sólo, aislado en la paz de la mutua indiferencia. (...) Como aspecto negativo, esta ‘acomodación mutua en la disociación‘ explica de forma clara el fin de las prácticas ciudadanas que requieren la comprensión de intereses divergentes, denota también una pérdida de la más elemental curiosidad humana por el Otro.” (8) Si la casa protegida nos está indicando que la producción de caparazones protectores es una medida de afirmación del Yo, frente al Otro, esta circunstancia no debe hacernos impermeables a los cambios en la composición de la población que se amalgama con las nuevas olas de inmigrantes. La casa va a tener que acoger a variadas culturas y en la entrada se colocarán dioses con inciensos de olores distintos. El Ægis Project de Krzysztof Wodiczko nos pone en guardia ante la pregunta Where are you from?
Son dos monitores conectados a un ordenador portátil con imágenes pregrabadas por el porteador dando respuesta a diferentes situaciones. La indiferencia del nómada global se combate con perplejidad, como la que suscita Wodiczko, quien viste al extranjero con estas pesadas alforjas de ángel monitorizado. La flexibilidad no conoce los límites del espacio, ni los de la imaginación del artista. Las alas que hablan dan respuestas tipo al interlocutor, controlan sus impulsos y emiten un mensaje u otro, dependiendo del tono de voz del que interroga. El monitor derecho, en un diseño preliminar del Ægis, respondía, por ejemplo, al residente habitual de una comunidad encerrada, con las siguientes frases (9):
“(...)
- Has reconocido mi acento.
¿Cómo lo has podido hacer tan rápido?
– ...
- Que, ¿de dónde soy?
Pues, de fuera
– ...
- Me pregunto ¿qué satisfacción te dará mi respuesta?
A mí me ocasionará un sentimiento de inferioridad.
A ti un sentimiento de superioridad
– ...
- Tú eres de aquí
- Su Alteza, ha reconocido mi acento.
Me pregunta que de donde soy
(...)”

Artículo publicado en Densidad. Edición Condensada. Nueva Vivienda Colectiva.

Notas
(1)
Walter Gropius. “¿Construcción baja, media o alta?”. Incluido en el libro de Carlo Aymonino, L’abitazione razionale. Atti dei congressi CIAM. 1929-1930. Editorial Marsilio. Padua. 1973. Edición española: La vivienda racional. Ponencias de los congresos CIAM 1929-1930. Gustavo Gili. Barcelona. 1973. Página 232
(2)
PPG3, Planning Policy Guidance, Note 3, Housing. Se requiere a las autoridades locales para que eviten desarrollos que promuevan un uso del suelo poco eficiente (por ejemplo, menos de 30 viviendas por hectárea, respecto a superficies netas) y favorecer desarrollos con niveles entre 30 y 50 viviendas por hectárea. Se intentará buscar una mayor intensidad del desarrollo urbano en poblaciones con buena accesibilidad al transporte público como centros urbanos, centros de segundo nivel, grandes nodos y a lo largo de corredores con un buen nivel de transporte público. (PPG, apartados 57 y 58). La administración exigirá una justificación para densidades menores que 40 viviendas por hectárea de superficie neta en las áreas urbanas
(3)
Fuente: David Rudlin. “Tomorrow: A Peaceful Path to Urban Reform: The Feasibility of Accommodating 75% of New Homes in Urban Areas”, 1998. Citado por Michael Breheny en “Densities and Sustainable Cities: The UK Experience”
(4)
Atelier Kempe Till. “Neutralidad específica. Un manifiesto sobre la nueva vivienda colectiva”. a+t 20. Vitoria-Gasteiz. Otoño 2002. Páginas 4-13
(5)
Richard Sennett, “Capitalism and the City”. En Cities for the new millennium. Editado por Marcial Echenique y Andrew Saint. Spon Press. Londres y Nueva York. 2001. Página 17
(6)
Aaron Betsky, “Making Ourselves at Home in Sprawl”. Post Ex Sub DisUrban Fragmentations and Constructions. Ghent Urban Studies Team. 010 Publishers, Rotterdam. 2002. Página 89
(7)
Steven Holl. El Croquis 108. “Pensamiento, Material y experiencia”. Madrid. 1999. Página 152
(8)
Richard Sennett, “Capitalism and the City”. Cities for the new millennium. Ibídem 5. Página 21
(9) Rosalyn Deutsche. “Sharing Strangeness: Krzysztof Wodiczko’s Ægis and the Question of Hospitality”. Ibídem 6. Página 184







 


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