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Alvar Aalto. Constructor de paraísos

May 13, 2008

Para algunos fue un ecléctico, un heterodoxo, un utópico. Para otros, el único que trascendió la modernidad. Su arquitectura se escapa de las catalogaciones al uso. Es innovador y nostálgico a la vez. No creó escuela y sin embargo sus obras siguen inspirando a estudiantes de todo el mundo. A fuerza de ser profundamente finlandés, figura entre los maestros de nuestro siglo. Por todo ello, Aalto (Kuortane, 1898- Helsinki, 1976) cumple sus primeros cien años en la historia de la arquitectura.
El padre de Alvar Aalto era geógrafo. Trabajaba como supervisor de mapas de la Finlandia central, un paisaje de lagos y bosques, hecho de líneas onduladas, que Alvar solía ver sobre su mesa de trabajo. Finlandia era entonces parte de la Rusia zarista. Antes había pertenecido al reino de Suecia, por lo que el joven Aalto, que tenía 19 años en 1917, – año de la independencia – creció en medio de un sentimiento nacionalista, que llegó a encarnar, no como signo de diferenciación, sino como fuente de energía que recorre toda su obra. Finlandia era para Aalto, -– afirmaba Sifrig Gideon –, lo que España para Picasso o Irlanda para Joyce, iba con él allá donde fuese.
La Finlandia que alcanzó la independencia era un país sin tradición arquitectónica propia, a excepción de las granjas de la zona de Karelia y algunas iglesias campesinas. Solo el 13 por ciento de sus edificios son anteriores al siglo XX y no tuvo escuela de arquitectura hasta finales del XIX. Por tanto, hablar de arquitectura finlandesa es hablar de arquitectura moderna. Así lo entendió Aalto a comienzos de su carrera, cuando se adhirió al Movimiento Moderno de los años veinte. No obstante, después de unos primeros proyectos en los que aplicó los principios funcionalistas al pie de la letra, inicia su propio camino de líneas sinuosas, de acercamiento al paisaje, de humanización del espacio. Casado con la también arquitecta Aino Marsio, adquiere pronto cierta fama, lo que le reporta numerosos encargos. Es el momento dulce de Villa Mairea, la casa de verano que construye para sus amigos Maire y Harry Gullichsen y en la que plasmó su concepto del paraíso. Un paraíso finlandés, naturalmente, con un lago representado por la piscina ondulada, un bosque de troncos que penetra dentro de la casa, unos materiales con los que, más que construir, forma estratos, y unas huellas de modernidad inequívoca en los espacios.
Durante la guerra europea, Aalto evita la molesta situación en que se ha colocado su país y viaja a Estados Unidos, donde había sido invitado como profesor. Al final de la década sobreviene la muerte de Aino y Alvar vuelve a Finlandia. En esos difíciles momentos diseña el Ayuntamiento de Saynätsalo. La alegría de Villa Mairea deja paso a una madurez, quizás más triste, pero no menos hermosa. El recogimiento del edificio que se cierra sobre si mismo, que acoge al ciudadano, que lo abriga y le hace sentir su calor, el olor de la madera encerada, la solemnidad de su sala de Concejo, dentro de sus reducidas dimensiones campesinas, es otro destello de modernidad superada, de síntesis entre arte y hombre. Un paso más en el camino hacia el paraíso.En 1952, tres años después de la muerte de su primera esposa, Aalto se casa con la arquitecta y colaboradora Elissa Mäkiniemi. Su consolidación con maestro de la arquitectura europea se manifiesta en diversos proyectos, tanto en Finlandia como en el exterior. Diseña edificios institucionales y centros urbanos y sus obras adquieren una monumentalidad amable, compuesta por pequeños detalles y grandes gestos, ondulados y sinuosos que demuestran que bajo su mano la belleza y la razón tienden a identificarse.
A juicio de algunos críticos, el mérito de Alvar Aalto fue saber desmarcarse de sus grandes coetáneos, Le Corbusier y Mies van der Rohe, y crear un camino paralelo que evitara las comparaciones. En 1976, cuando falleció, su figura no se ajustaba a las corrientes de moda y se le criticó no haber abordado en su obra por no haber abordado en su obra los grandes temas de la arquitectura del siglo XX. El paso del tiempo, lejos de ensombrecerlas, dota a sus obras de nuevas visiones, de trozos de un paraíso a la medida del hombre.

Aurora Fernández Per. Publicado en El Correo - 28/01/1998



 




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