Urbanidad y sociabilidad: escenarios y transformaciones
May 27, 2008
Artículo realizado por Xavier González
Aunque las costumbres evolucionen permanentemente en función de las modas o las transformaciones sociales y económicas, la aparición de nuevos usos se ha convertido en agente primordial para la invención de nuevas tipologías espaciales o arquitectónicas. ¿Son pues las estaciones de transporte, los pasajes peatonales, los grandes almacenes, los aeropuertos y los centros comerciales una ampliación, un límite, una reducción o un mero refugio del espacio público? Esta ambigüedad, e incluso interferencia, de los límites e indicadores entre espacio público y privado, magnificada por la herencia urbanística del Movimiento Moderno, comporta la impresión de que el espacio público pertenece a todos y a ninguno a la vez.
Esta es una de las razones por las que estos lugares son en la actualidad secuestrados, privatizados y usurpados. Los vacíos, dependiendo de su potencial, se han convertido en las estancias de una gran casa común a ocupar, en receptáculos o traducciones espaciales de los nuevos hábitos sociales. Revestir muros de graffiti o reutilizar los objetos presentes en el sitio, son el tipo de prácticas que corresponden a esta cultura urbana de la apropiación y el movimiento.
La ciudad es un vasto terreno para el experimento y la comunicación; sus territorios son escenarios saturados de signos, imágenes y objetos fijos o móviles que se adaptan a las necesidades actuales o venideras, permanentes o efímeras. Las rayuelas, tanto como los niños que protagonizan las fotografías de Doisneau han desaparecido de la calle, así como lo ha hecho el sentimiento de responsabilidad comunitaria. En su lugar, encontramos patinadores, bailarines de break bajo las marquesinas, octavillas publicitarias en cabinas telefónicas, anuncios de clases particulares en las bajantes de pluviales de los edificios, muros invadidos por la obra de un artista urbano, cursos de Tai-Chi en los jardines, merenderos improvisados a orillas de un canal, botellones de fin de semana, coches con el maletero abierto y la música a todo volumen…
El desarrollo del movimiento Okupa, esto es, la ocupación de edificios vacíos, ha sido uno de los detonantes de una verdadera cultura alternativa. Este fenómeno, heredero a la vez del movimiento autónomo por su politización, del punk por su estética y del hippie por tendencia al vagabundeo keruaciano, nace en Berlín al final de los 70, precisamente en el barrio de Kreuzberg. En aquel momento, la cuestión política sobre el “derecho a la ciudad” ocupaba el centro de todos los debates urbanos. En este sentido, la principal originalidad de aquel movimiento fue que consiguió abarcar la totalidad de disciplinas culturales (arte, música, cine) e incluso políticas. El desarrollo y florecimiento de esta corriente, en la que se apoyó el Partido Verde alemán, se debieron a una nueva fuerza sociológica: el movimiento asociativo.
Esta conciencia renovada del espacio y el tiempo, y su lectura del territorio apareció de nuevo en los 90 con la cultura Techno, cuando Berlín se convirtió en uno de los principales viveros de la música electrónica. Las fiestas multitudinarias participan del mismo proceso: ocupar un espacio público o privado (un hangar, un erial, un bosque) y alterar su uso para convertirlo en escenario efímero de conciertos. El sentimiento tribal de los participantes es fundamental, ya que en sus orígenes sólo algunos pocos compartían la información sobre los eventos.
El teléfono móvil, los SMS, foros de Internet, etc, son en la actualidad una herramienta básica del movimiento asociativo, se han convertido en sus nuevos canales de comunicación y utensilio indispensable para amplificar su acción. De este modo, la Red puede entenderse como prolongación directa, aunque virtual, del espacio público. Cabe destacar en este contexto, el uso que hacen del espacio público los Flash-Mobs, grupos capaces de ejecutar acciones de ocupación rápidas y efímeras en los lugares más concurridos. Su actividad consiste en reunir durante algunos segundos a varios cientos de desconocidos en un acto común y sincronizado, para luego marcharse sin haberse dirigido ¡apalabra. Esta auténtica acción de comando no podría llevarse acabo sin la , existencia de este nuevo espacio social que es la Red.
La relación de nuevos espacios públicos no estaría completa si no asociáramos a todos estos laboratorios urbanos un cierto secretismo: la sensación de pertenecer a un recorrido iniciático. Así, sabemos que es necesario alejarse de los recorridos más frecuentados de la ciudad para encontrar estos espacios: hay que perderse hasta encontrar la playa nudista al borde del Sena, con las toallas entre los raíles de las grúas, o sobrepasar algunos obstáculos hasta descubrir los nuevos territorios en transformación a orillas del Spree, la Ost Strand, donde la presencia del Muro y el río generan un peculiar paisaje.
De modo que, mientras los espacios tradicionales de la ciudad componen un conjunto bajo control, estos nuevos lugares paralelos escapan a los métodos habituales de percepción; constituyen un enigma que debemos aprender a descifrar, una naturaleza casi hostil a explorar, un laberinto en el que nos debemos “perder... como nos perdemos en un bosque" (1)
Así, descubrimos en el arte de la deriva iniciada por Louis Aragon en Le Paysan de Paris una ciudad insólita. Estos “lugares abandonados la mayor parte del tiempo, esas copas de árboles que se apoyan contra los muros, o aquellos pasajes y pequeños jardines apenas transitados" constituyen los resquicios traseros de la ciudad. Ubicados en los intersticios urbanos, estos espacios sin status, reglas o convenciones urbanas se convierten en territorios “salvajes”. En ellos se dan cita prácticas marginales o espontáneas, dependiendo de su capacidad poética o práctica y de sus posibles configuraciones.
Estos lugares son a menudo tan efímeros como sus usos, y pueden transformarse o desplazarse en función del desarrollo urbano o de la presión inmobiliaria.
Sin embargo, estos lugares y estas prácticas corren peligro de terminar asfixiadas, fagocitadas por la propia ciudad o por las instituciones políticas. Así, el evento estival Paris Plage no hace sino reproducir lo que ya existía; el Palais de Tokyo reproduce la estética squat, poniéndola al servicio de un museo; la exposición Dyonisios, en el Centro Pompidou, consagró a los artistas salidos de los barrios ocupados; Kreuzberg es hoy día un barrio de jóvenes burgueses; la Techno Parade recorre todos los años las principales avenidas de Berlín. En este contexto, ¿qué será de la Ost Strand en unos años: una nueva tipología de parque o una mera revisión de la estética lowcost?, ¿o bien una versión del Palais de Tokyo para exteriores, con mobiliario de Leroy Merlin?
Artículo publicado en a+t 27. In Common III.
Notas
(1) WaIterBenjamin,5ensuniqueprecedé d’une enfance berlinoise, “Tiergarten” p.13 Editions 10/18 sept. 2000.
(2) Op. cit.