Segundo número de la serie Memoria publicada en la revista a+t.
Consideramos por un momento a una persona con los ojos abiertos y sin memoria y sin recuerdos; sin la comprensión del entorno que le rodea, sin la conciencia de su individualidad, sin el concepto de su propio ser y sin el reconocimiento de su propia historia.
¿Qué es lo que vería, oiría y sentiría? ¿Cuál sería la sensación? Seguramente, reiniciaria su propia existencia sin el mullido cojín de la gestación, en una confusión que sería el resultado de una agónica sobre-estimulación, que no tendría el consuelo de la nostalgia del útero.
Los recuerdos de donde una ha estado, de los viajes, de los compañeros, dejan una particular perspectiva; además sólo "existen" en esa perspectiva. En términos de conocimiento y de recuerdos, no es posible arañar la memoria hasta el punto de recrear mentalmente un suceso en su totalidad.
Sólo los recuerdos nos proporcionan el sentido del tiempo, el sentido del espacio y el sentido de sociedad. Sin embargo, mientras que la memoria colectiva y la memoria individual pueden dar lugar a debates abiertos, el entendimiento de la memoria en sí misma da la confianza necesaria para embarcarse en una comprensión parcial, sin ideas preconcebidas y sin la esperanza de una realización.